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Crónicas de un espacio: Los tiranos del olvido.

Foto del escritor: Adriana LorenzoAdriana Lorenzo

Actualizado: 17 feb 2021

Y, al igual que ocurre con nuestras vidas,

la mayor parte de las veces es por otros por quienes

nos enteramos del significado de la ciudad en la que vivimos.

Orhan Pamuk


La noche está fría, pero aún no estoy segura de si el problema es el clima o la noticia que acabo de recibir. Hace una hora, mientras leía las noticias del día, me di cuenta de que otro megaproyecto propuesto por el gobierno de turno seguirá borrando la memoria de los habitantes de este pueblo. Nunca le he prestado mucha atención a esto, a veces, incluso comparto su idea de progreso, pero el día de hoy me removieron por dentro. La casa de mi querida abuela, esa que tanto amo, aunque ella ya no esté, va a desaparecer.


El nuevo complejo ingeniero/arquitectónico/innovador, que consiste en una vía expresa de cinco carriles en cada dirección, tres puentes, rampas peatonales, un canal sólo para los autobuses, dos tranvías, una ciclovía, zona pet friendly, tres cafés, área de coworking, complejo residencial de 1.080 viviendas con piscina, zona húmeda, de juegos, gimnasio, mercado campesino, wifi y bluetooth va a borrar la existencia de una gran mujer, que trajo consigo, desde Finlandia, muchos de los chécheres que acumuló su familia por lo menos durante un siglo. Su casa era única, en verdad creo que no deberían borrar su huella.


Esas mega-cosas, encargadas de ser un nuevo proyecto de nación, se olvidan de la gente, las personas con nombre, apellido, historia y sentimientos que constituimos ese gran estado. Mi abuela no solo le entregó a su comunidad una gran historia de vida, sino que ella misma diseñó su casa, su bien más preciado, como si fuera un museo y la llenó de contenido, con pequeños y grandes objetos de personas amadas que albergó en su interior por años. Su casa es uno de los pocos ejemplos de la arquitectura finlandesa en este territorio sin nombre, en el que la madera, el agua, las plantas, incluso las mismas superficies de las telas y el encuadernado de los libros, la convierten en un oasis para los sentidos.


La abuela me contaba que cuando llegó de tierras lejanas, escogió para asentarse un lugar rodeado de verde, en el que pudiera sentirse como en el medio de la nada, tal y como lo había hecho cuando era una niña en su pueblo natal. Poco a poco, la idea de lo moderno innovador comenzó a pisarle los talones. Donde había un árbol milenario, ubicaban una casa prefabricada que albergaba a un vecino, luego una tienda, una calle pavimentada… Con la gente empezó a llegar el ruido, la basura, el pedigüeño. Sin embargo, mi abuela sobrevivió a las adversidades, porque eso hizo que cuidara su casa con mayor mimo. Todo el que era admitido en la casa museo entraba en una especie de burbuja, en la que todo eso que había afuera, la guerra, el sucio, el aire contaminado, simplemente no entraba. Era un lugar ideal para criar nuevas generaciones que ampliarían la colección inicial y la narrativa.


Y de repente, con la noticia de su demolición, todo lo construido acabará.


La fecha de defunción ya está escrita, y hasta el 31 de diciembre de este año, tenemos tiempo para recuperar todo aquello que consideramos valioso, como si fuera tan fácil vaciar una bóveda de recuerdos. Las cosas pueden sacarse, pero la casa, todo lo que representa, no se queda simplemente como un cascarón vacío. Es un problema de este tiempo, podemos conservar el contenido, pero no la forma, o quizás al contrario… el caso es que nunca pueden sobrevivir ambas. A veces todo aquello se puede ver en un museo o una obra de teatro, y solo si el diseñador es habilidoso en diferentes disciplinas.


Así, por ejemplo, la madera finlandesa, que solo podía ser percibida con la planta de los pies, y el olor a eucalipto, quedarán en el recuerdo. ¿Cómo puedo contarle a alguien lo que significa percibir el cambio de una habitación a otra sólo por la temperatura y la luz que la habitan? La magia se perderá bajo el yugo del vidrio, el metal y los arbustos sin historia que tampoco sobrevivirán.


Me rehúso a creer que mi historia familiar acabará por culpa de los tiranos del ojo, del mal llamado progreso y la supuesta innovación, del apartamento de ochenta metros cuadrados incluyendo columnas y buitrones, y de las promociones de muebles ármelo usted mismo.


Por ahora, nada más queda pensar en una defensa desde la razón, y sobre todo desde el corazón, que me ayuden a tejer una respuesta frente a la dictadura del olvido.



 

Nota de la autora:

Este ensayo fue un ejercicio académico para la asignatura Foro Creatividad y Contexto Social III del programa Especialización en Intervención Creativa de la Colegiatura Colombiana, Medellín.


Nos reservamos todos los derechos de reproducción parcial o total de este trabajo. Cualquier uso de este texto sin la correcta cita se considerará como una infracción a los derechos de autor.


Puedes consultar otros textos académicos de nuestra autoría en https://colegiatura.academia.edu/AdrianaLorenzo



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