Un hogar es una colección y una concretización
de imágenes personales de protección e intimidad,
que permiten a alguien reconocer y recordar su propia identidad.
Juhani Pallasmaa
Muchas personas creen que no veo nada, pero he presenciado todo lo que ha ocurrido a mi alrededor durante más años de los que soy capaz de numerar. Soy un testigo desde que me instalaron en aquel rincón, el que ocupé junto a los otros habitantes del hogar de una hermosa mujer, que lastimosamente ya no está.
Mi historia es larga, provengo de una gran familia del corazón de Suecia. Allí crecí rodeado de amor y protegido por la sombra de mis antepasados. Un día, un grupo de leñadores se acercó pidiendo resguardo, se lo dimos de buena fe, y cuando todos dormíamos, me arrancaron de mis raíces. Dijeron que yo era un excelente ejemplar. Me vendieron a un hombre hábil que, como un doctor Frankenstein, decidió darme una nueva forma recortándome e incorporando nuevos especímenes a mi cuerpo.
Mi nuevo hogar se convirtió en una vitrina, en la que veía gente pasar, y de vez en cuando alguien se detenía a admirarme; eran unos pocos segundos, que anhelaba constantemente. Nunca creí que alguien se conectaría conmigo como lo hizo esa joven de cabellos oscuros y ojos brillantes. A ella la vi pasar varias veces, siempre se detenía, hasta que finalmente entró a verme directamente y explorar las posibilidades que yo podía ofrecerle. No pasaron dos días, cuando al despertarme, me di cuenta de que ya no veía a la gente pasar. Estaba en un nuevo hogar, en el de ella, pues había decidido que yo formaría parte de su vida.
Mientras pasaban los días fui aprendiendo cosas sobre esa joven. Ahora sabía que le apasionaba coleccionar miniaturas, las cuales conservaba con amor en mi interior; guardaba muchísimos papeles, y siempre escribía pequeñas notas que resguardaba celosamente en un cajón. Presencié cuando un hombre bien parecido se arrodilló frente a ella con un ramo de flores, del cual conservé una flor, y ella sólo pudo gritar un si que hizo que mi interior retumbara. Estuve allí con ella unos años después, cuando me miraba con preocupación y vaciaba mi interior.
Esos días fueron oscuros, todos los habitantes de la casa presentíamos de manera nerviosa que nuestra realidad cambiaría. Esta incertidumbre terminó cuando me cubrieron con una gran tela que no me dejó volver a ver la luz del sol.
Los días se hicieron interminables, sentía que me movían, me manoseaban, subían y bajaban, solo para sentir mareos, movimientos infinitos. Sin embargo, cuando menos lo esperaba, volví a sentir el sol sobre mi piel. Este era extraño, quemaba más y se sentía como los días cuando vivía con mis antepasados.
Con el pasar del tiempo, me di cuenta de que mi hogar era otro, ya no estábamos todos los antiguos habitantes, aunque si muchos, y me hizo muy feliz cuando se fueron incorporando algunos nuevos; eran de colores y formas que yo nunca había visto, pero que alegraban el paisaje. Yo siempre ocupé un lugar privilegiado, ella siempre corría hacia mi y pronunciaba palabras en un lenguaje que extraño que poco a poco fui descifrando.
Frente a mi vi cómo ella se hacía mayor, tenía hijos, nuevos amigos, personas que iban y venían, y algunas veces, no regresaban. Podía ser testigo del paso de los años desde los ojos de mi antigua amiga, no sólo por las arrugas que comenzaban a aparecer en su rostro, sino por cómo iban cambiando sus secretos: las notas de amor pasaron a ser recordatorios de citas médicas, los chocolates alemanes ahora tenían forma de pastillas, y poco a poco veía cómo todo iba quedando en el olvido, hasta que ella no volvió a acercarse.
El silencio produjo un letargo que me sumió en un sueño profundo, que yo creía eterno. Si ya no guardaba nuevos secretos en mi interior, ¿era realmente útil?
Un día inesperado volví a sentir calor, alguien estaba cerca, abrí lentamente mis ojos para encontrarme con la mirada inquisidora de Amelia, la nieta más pequeña. Ella siempre acompañaba a mi antigua amiga para descubrir todo lo que albergaba en mi interior, las pequeñas colecciones que protegía con mi piel. Siempre fue cuidadosa conmigo, era precavida cuando abría mis compartimientos sin causarme daño y me cerraba con suavidad.
Por eso me sorprendí cuando repentinamente Amelia cerró los ojos, y sin ningún aviso me abrió de par en par, despojándome de los secretos que celosamente guardé durante años. Sé que se sentía mal, porque veía cómo las lágrimas corrían por su rostro. También sabía que quería acabar rápido con la tarea, no guardaba la colección de miniaturas como su abuela le enseñó, sino con gran premura, como cuando alguien quiere acabar con algo que no quiere hacer realmente. Cuando terminó, volvió a cubrirme con aquella tela odiosa, que sabía que significaba sólo una cosa: cuando volviera a ver la luz, mi hogar sería otro.
Mientras me sumía en una nueva oscuridad, sólo podía recordar cómo mi vieja amiga leía frente a mí algunos pasajes de su autor favorito, un coterráneo suyo que sólo le hacía desear con más vehemencia conservar su hogar como un museo. Este decía así:
Uno de los motivos por los que las casas y ciudades contemporáneas son tan alienantes es que no poseen secretos; su estructura y contenido son percibidos a simple vista. Compárelos con los secretos laberínticos de una vieja aldea medieval o de una casa antigua, secretos que estimulan nuestra imaginación y rellenan de expectativas y estímulos el vacío transparente del pasaje urbano y de los edificios de apartamentos contemporáneos. (Pallasmaa, Habitar, 2017) (1)
A esto los hombres le llamaban la poesía del guardarropa.
Mi poesía.
(1)· Pallasmaa, J. (2017). Habitar. São Paulo: Gustavo Gili. (pp. 30 - 31)
Nota de la autora:
Este ensayo fue un ejercicio académico para la asignatura Foro Creatividad y Contexto Social III del programa Especialización en Intervención Creativa de la Colegiatura Colombiana, Medellín.
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